martes, 22 de marzo de 2011

Libia y el tablero mundial: Triste pero cierto

La resolución tomada la semana pasada por el Consejo de Seguridad de la ONU de intervenir en Libia mediante el cierre del espacio aéreo y de bombardeos supuestamente dirigidos a objetivos militares afines al gobierno de Muammar el-Gaddafi sirve para analizar, una vez más, el mapa geopolítico mundial.

Hay varias cuestiones lamentables en el accionar de las distintas naciones más o menos involucradas en el conflicto libio. Nadie parece aportar lo necesario para dejar atrás la difícil situación que atraviesa este país árabe y africano al mismo tiempo.

Lo primero que surge es preguntarse por qué hoy existe una intervención militar de Naciones Unidas en Libia y hace unas semanas la comunidad internacional observó sin mover un ápice situaciones similares en Egipto y Túnez y aún observa sin inmutarse situaciones similares en Bahréin y Yemen, entre otros.

¿Por qué? La respuesta parece fácil. Libia tiene dos cosas que sus vecinos egipcios y tunecinos parecían no tener: control sobre una importante cantidad de petróleo que abastece a Europa y un líder crítico a los intereses de las potencias de Occidente.

Esto lleva a que Francia y Reino Unido, junto con Estados Unidos, se lancen a derribar a Gaddafi, embanderados bajo la consigna de liberar a un pueblo oprimido durante décadas. El accionar de estas potencias de Occidente no sorprende, pero indigna y preocupa. Apenas unos años después de desmantelar Irak y Afganistán, ahora insisten en autoproclamarse como libertadores.

Atrás de París, Londres y Washington, van arrastrados el gobierno (ya es imposible llamarle socialista) de Zapatero en España y la mayoría de la OTAN. Sin poner ni un solo soldado, pero apoyando "moralmente", se suman gobiernos del barrio, como el de Chile y Colombia.

Pero, en este caso, los reproches y las acusaciones no pueden ir solo en una dirección. No se puede hacer la vista gorda sobre la actitud tomada por los gobiernos de las grandes potencias emergentes, supuestas portavoces de los países menos favorecidos. Tanto Rusia como China tienen derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, por lo que podrían haber evitado sin problemas que las Naciones Unidas permitieran una intervención militar en Libia. Pero no lo hicieron. Se abstuvieron de votar, como si no quisieran hacerse cargo de un sí o un no. El orden mundial no cambia si las potencias emergentes y, sobre todo Pekín, insisten en no tomar cartas en asuntos relevantes. Claro, el hecho de que las empresas rusas y chinas hayan sido las que mayores ganancias obtuvieron a partir de la invasión a Irak y Afganistán (en muchos casos aún mayores a las que obtuvieron las empresas norteamericanas) puede haber pesado para que Moscú y Pekín miren para un costado.

Atrás de los dos gigantes emergentes se posicionaron en el Consejo de Seguridad de la ONU India y Brasil, que también se abstuvieron de votar en contra de la intervención militar, pero que inmediatamente después reclaman que no se bombardeé Libia. Lula dice a los medios del mundo que "estas invasiones solo ocurren porque la ONU está debilitada. Si la ONU tuviera una representación del siglo XXI y no del siglo XX, en lugar de mandar un avión a bombardear, hubieran enviado al secretario general para conversar". Esta afirmación no está dirigida a condenar los ataques a Libia (repito, Brasil se abstuvo de votar la resolución) sino a sumar argumentos para que Brasil pueda conquistar finalmente su parcela de poder en la ONU y se haga de un asiento permanente en el Consejo de Seguridad. Triste ver a los vecinos norteños hacer eso.

Por otra parte, una de las mayores potencias occidentales que también está ocupando un lugar en el Consejo de Seguridad es Alemania. A muchos podría sorprenderles que Berlín no haya votado a favor de la acción militar en Libia, pero a no confundirse. Son tiempos electorales en Alemania, una muerte de un soldado alemán podría incidir muy negativamente en la imagen del ya debilitado gobierno de la canciller Ángela Merkel.

Queda por enumerar la posición de la Unión Africana de Naciones que reclamó el fin de la intervención militar y la instalación de una comisión negociadora. Una solución extremadamente pacífica, pero que no tendría cabida en la situación interna libia.

El ALBA, con Hugo Chávez a la cabeza, apoya la iniciativa africana y ha mostrado como ninguna otra nación el apoyo al gobierno de Gaddafi, un líder atornillado al poder, al que no le tembló la mano cuando tuvo que ordenar matar a sus compatriotas. Uno puede ser antiimperialista sin defender a figuras tan terribles como Gaddafi.

Finalmente, la Liga Árabe, que apoyó la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, parece decidida a no obstaculizar el avance de las potencias occidentales en el norte de África, siempre y cuando el precio del barril de petróleo (principal producción de la región) siga subiendo a causa del conflicto. Triste, pero cierto.