jueves, 21 de abril de 2016

Golpes



Una de las diez mayores economías del mundo con más de 200 millones de habitantes. Uno de los países (sino no es él país) con mayores riquezas en recursos naturales: una selva, un reservorio de agua, tierra fértil y venas llenas de petróleo y minerales.

Cuando asumió Lula, en 2003, uno de cada cuatro brasileños era pobre. La pobreza en Brasil, bajo los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), cayó de más de 25% a casi 7%. Esto es: más de 25 millones de personas dejaron la pobreza atrás.

Pero todo el crecimiento económico y el combate a la pobreza no alcanzaron, nunca alcanzan. No se reformó la Constitución, no se reformó el Poder Judicial y no se reformó la realidad del poder mediático. Tampoco se combatió de forma eficaz la corrupción, que aprovechó las inmensas ganancias del Estado registradas en los últimos años. Vale aclarar que se trata de una corrupción sin partido político, o mejor dicho, con todos los partidos políticos, especialmente los que hoy claman para destituir a la presidenta, Dilma Rousseff, ella sí, al menos hasta ahora, libre de toda sospecha de corrupción.

No es nuevo esto. Ya pasó en 2009 en Honduras, ya pasó en 2012 en Paraguay. Se intentó en Ecuador, en Bolivia y en Venezuela. América Latina ha hecho historia en estos últimos 15 años con golpes e intentos de golpes “blandos”. ¿Pensamos que sacar a más de 50 millones de personas de la pobreza no le iba a molestar a nadie? Ahora, lo que sucede, es que el golpe se le da al mayor país de la región.

Ya no son tanques en la calle ni militares en el poder. Por ahora ya no son necesarios, o mejor dicho, efectivos. Ahora son llamadas de algunos poderosos empresarios a diputados corruptos, es un operativo mediático que lleve gente descontenta a la calle, son unos jueces comprados que sigan el juego y ya está casi todo pronto. La infamia de juicio político ya está casi en movimiento.

Tomar nota: Meterse con algunos intereses de las clases dominantes puede ser complicado, no hacerlo puede resultar fatal, para la democracia y para los gobiernos que buscan combatir la pobreza y sobre todo la desigualdad.

Claro que los partidos políticos que defienden los intereses de las clases dominantes, los siempre borrosos intereses empresariales y transnacionales, los medios casi monopólicos que pertenecen a esos intereses, los jueces cómplices, pueden hacer mucho ruido. Pueden hablar de grietas en la sociedad con la liviandad de alguien que nunca vivió o tuvo que ver con la crisis de 2002, pueden tildar de radical (y ojo con tener ideas radicales en un mundo que aplaude la moderación inmovilizadora) cualquier intento por reformar una constitución, aprobar una ley de medios o revisar el funcionamiento del Poder Judicial. Pueden voltear un gobierno, sin que casi te enteres.

En Brasil lo que sucede es claro. Hay un golpe de Estado en marcha. En una década en el gobierno, el PT no ha logrado (ni siquiera intentado) modificar la constitución, crear un marco normativo más justo en materia de medios, reformar o revisar el Poder Judicial o atacar a la corrupción en el ámbito público y en el privado. Sin eso, todas las victorias en el terreno de los derechos penden de un hilo.

Nosotros, aquí, en Uruguay, vemos lo que pasa casi como si estuviéramos viendo una más de las telenovelas de Globo. Lamentablemente, no estamos pensando en que lo que pasó allá, con otros colores y otros actores, puede pasar aquí mañana. Actuar en consecuencia, a esta altura, parece un sueño inalcanzable.