Cuando me enteré que este año no había Marcha del Silencio, me puse triste. Me puse triste y me enojé. Tal vez sin mucho sentido, no pude evitar sentir algo de claudicación. Una decisión apurada, un intento de evitar la aglomeración más tranquila y dolorosamente silenciosa que he visto, mientras los dueños de los centros comerciales planean el regreso de hordas a las tiendas de consumo. No me cerraba. No se si hoy me cierra.
Sin embargo, en los últimos días, cuando en el edificio de enfrente aparecieron absolutos esos carteles con margaritas negras, con la palabra PRESENTE, cuando por debajo de la puerta de mi casa asomó la cara un desaparecido, las cosas se me empezaron a mover en adentro, en las tripas.
Me imaginé que ese vecino que votó a Cabildo Abierto también iba a tener que lidiar al menos por segundo con ese rostro debajo de la puerta, que no iba a poder evitar cuando camine por la calle cruzar algún cartel, afiche, pañuelo que lo interpele. Y mejor aún, esas señales que estamos militando en silencio por la ciudad y en nuestras casa, también se iban a cruzar con personas que nunca fueron a la marcha, que nunca escucharon mucho del tema, que nunca se hicieron esas preguntas básicas que escapan a cualquier cálculo político y que conforman la raíz de la lucha de Familiares. Esas personas, abstraídas, distraídas, ignorantes o simplemente con demasiados problemas a cuestas en estos días, con un poquito de suerte, podrían hacerse esas preguntas claves que te paran del lado correcto de la calle.
La Marcha del Silencio es un lugar al que voy año a año porque me reconforta. Es un rito (¡y qué importantes son los ritos hoy!) que me une con los que defendemos la dignidad humana, los que queremos conservar la memoria, encontrar la verdad y hacer justicia. Pero ese sentimiento que este año a mí, a todos y todas nos fue negado deja lugar gracias a nuestro propio ingenio, a otra sensación que está buenísima y que hace mucha falta, mucha mucha falta: el sentir que estamos militando.
Estamos animándonos a interpelar a los vecinos, a los que nos cruzan en la calle, con un cartel, con un pañuelo, con con la foto más absoluta de una persona desaparecida. Estamos enfrentándonos, con el mayor de los respetos, a quienes no están en nuestra vereda, a quienes la dignidad humana no les importa, a los que todavía no les indigna una madre sin hijo, una hija sin padre.
Militemos. Ya probamos dormirnos con píldoras de consumo. No está bueno.
Memoria. Verdad. Justicia.