Hay cierto aire de alivio y hasta triunfalismo en ciertos
sectores del oficialismo uruguayo. Nos vemos como un oasis en el medio de una
tierra llena de desastres. El avance de la derecha en la región no pudo con
nosotros. Crecemos, mientras los vecinos sucumben. Hacemos un poco de alarde –
siempre con la (falsa) humildad que nos caracteriza – sobre nuestra envidiable
situación de estabilidad política y económica mientras el resto del continente
se sacude.
Pero no estamos aquí para hablar de nosotros. Nuestra
fragilidad es tal, que cualquier soplo de nuestros vecinos, por más que juremos
que hemos ganado una independencia total, puede dejarnos otra vez en la
miseria. Si algo hemos visto en los países vecinos, es que todas las
construcciones que parecían sólidas y que tomaron más de una década para levantarse,
no son casi nada ante la restauración del paradigma neoliberal.
Tomemos un instante para observar a los vecinos. Parece que
estamos rodeados de dos gigantes idiotas, tal vez algo ebrios o bajo los
efectos de algún calmante que los deja brutos, sin mayor habilidad para moverse
o razonar. Son, de todas maneras, los dos gigantes del barrio, y por más que
estén cortos de pensamiento o lucidez, siguen marcando el ritmo.
En Brasil las cosas no podrían ser más extrañas. ¿Han visto
imágenes o videos sobre las sesiones de impeachment
a la presidenta Dilma Rouseff? Es difícil creer que la que hace pocos años
era la quinta o sexta mayor economía global esté en este lugar tan oscuro. El
diputado que lideró el quiebre institucional está preso por años, hay videos y
audios que muestran claramente cómo el actual presidente Michel Temer ordenó
pagar sobornos y coimas, hay discursos fascistas gritados a viva voz en los
micrófonos del congreso más triste del mundo y sin embargo, las cosas no parecen que vayan a cambiar.
Argentina ha vuelto a los noventa con una velocidad que
asombra. Más de un millón de personas arrojadas a la pobreza en apenas un año
(la mayoría de ellos son niños), un costo de vida que se ha disparado a las
nubes y un presidente -en este caso, mal que le pese a los argentinos- elegido
democráticamente, que no para de vender humo.
Las estrategias son y van a ser similares. Compren pop y
siéntense a ver. Los intereses de las clases dominantes, siempre de la mano de
Washington, apuntalados por un sistema judicial totalmente flechado y siempre
decorado con hermosos colores, eslóganes y “noticias” por los grandes medios de
comunicación.
En Argentina, el aparato publicitario de Macri funciona a la
perfección hasta el momento. Hay todavía, a casi dos años de la asunción del
nuevo presidente, muchos argentinos que creen que su actual situación es sólo
un “sinceramiento de la economía”, un mal que hay que atravesar por culpa de
los K para llegar al paraíso de la pizza y el champagne, de Miami y del
desarrollo prometido. No importan los puestos de trabajo destruidos, no importa
el sector informal, las reglas de juego que cambian y vulneran a los de abajo,
no importa la cuenta del gas o de la energía. No importa todo eso. Se sienten
parte del cambio, pero son parte de una simple campaña publicitaria, y cuando
los focos se apaguen, nada bueno les espera. Mientras tanto pueden entretenerse
comentando los últimos vestidos de Juliana Awada.
En Brasil, las cosas son acaso más oscuras. Aquí los
millones bajo la línea de pobreza crecen día a día mientras el país es
gobernado por un criminal. La potencia del continente se sigue sumergiendo en
los recortes, la exclusión, el deterioro político y la represión violenta a
cualquier tipo de manifestación contraria al gobierno.
Hay algunas cosas que tienen en común los dos gigantes
idiotizados. Por ejemplo, eso que llaman “flexibilización laboral” y que
básicamente significa que se cambian fuertemente las reglas de juego en el
mundo del trabajo, para quitar derechos a los trabajadores y aumentar los
beneficios de los empresarios. Despidos sin efectos secundarios, contratos
basura, salarios deprimidos, mayores obligaciones para los trabajadores, mayor
carga horaria, en fin, más explotación.
También tienen en común una estrategia bien planteada de
avance de procesos judiciales que impidan un resurgimiento de los sectores
políticos que sacaron a millones de argentinos y brasileros de la pobreza en
los últimos 15 años. Pueden apostar que habrá coloridos procesos judiciales en
contra de Lula Da Silva y Cristina Fernández, una y otra vez, hasta que ambos
queden fuera de juego. Son hoy, los principales objetivos de la derecha
restauradora.
Y luego está, como siempre, el bombo mediático. Mientras
muestran a Lula esposado o cuentan el cuento de una ruta de maletines con
dinero pergeñada por la maléfica Cristina, mientras llenan la pantalla de
lucecitas de colores, roban lo que es de todos, recortan derechos, vulneran aún
más a los más vulnerables, invisibilizan a las manifestaciones, y a la protesta que no descansa pero se desinfla.
Hace muy poco leí con sorpresa que la suspensión de
Venezuela del Mercosur era “una victoria política de Macri”. Así cuentan la
historia. No reconocen que la suspensión de Venezuela del Mercosur es una
victoria principalmente de Washington, que hoy juega con los gigantes
idiotizados a piacere. Hay,
realmente, muchos argentinos que creen que con su actual presidente la posición
de su país en el concierto mundial ha mejorado. Desde afuera, lejos de las
luces y la pirotecnia del PRO, no se entiende tal nivel de ceguera.
Mientras tanto, las grandes masas se dividen, se miran con
odio. Las clases medias se aferran con uñas y dientes a los pequeños placeres
de la compra en cuotas y le sueltan la mano a una masa cada vez más grande y
cada vez más pobre, que ya les resulta demasiado pesada. Mejor no verlos. El slogan de los noventa que vuelve con vigor una
vez más. En esa división, radica gran parte del éxito del discurso neoliberal
de Macri y Temer, por más que vendan un discurso vacío de unión entre
compatriotas.
En las calles los que protestan no son suficientes y cada
vez se escucha menos de ellos en los medios. Las ollas populares reaparecen en
los barrios pobres a los que no llega el noticiero. Y los gigantes,
idiotizados, casi cual marionetas, se mueven torpes destruyendo lo que hace
poco parecía ser un barrio pujante, pero que hoy se vuelve a parecer más a un
patio trasero de alguna gran potencia.