martes, 29 de marzo de 2016

Escándalo

Eso debería provocar lo sucedido en Semana de Turismo en el laboratorio del Grupo de Investigación Arqueológica Forense del Uruguay (GIAF).


Los hechos: alguien entró en un edificio de la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República, más específicamente en el laboratorio del GIAF, donde se trabaja en la búsqueda de restos de desaparecidos durante la última dictadura cívico militar. Además de entrar, robaron discos duros, borraron otros y marcaron con un círculo en un plano de la ciudad nueve ubicaciones que corresponden a las direcciones de los hogares de nueve investigadores del equipo.

La información surgió en el mediodía de un lunes y hoy ocupó un espacio en las tapas de los matutinos la diaria y El Observador. Es aún poco lo que se sabe, pero alcanza para sacar algunas conclusiones.

A mí cuando me dicen que lo que pasó ya pasó, que no hay que remover el pasado, me da (con la disculpa por el término) cagones. Lo que pasó en Semana de Turismo en Humanidades debería ser un escándalo de proporciones en un país que realmente estuviera buscando memoria, verdad y justicia. Pero no.

¿Cómo pueden irrumpir tranquilamente a un edificio en pleno centro de la ciudad, que supuestamente tiene alarma y reja? ¿Qué seguimiento le haremos como sociedad a este caso? ¿Qué seguimiento le hará la prensa? ¿Investigará la prensa este hecho? ¿Cómo van a responder las autoridades del Ministerio del Interior? ¿Y Eleuterio? ¿Cuándo se van a dar las conferencias de prensa? ¿Cuáles van a ser los refuerzos de seguridad a éstas y otras instalaciones vulnerables? ¿Cuándo vamos a apoyar a esos nueve señalados desde la oscuridad? ¿Para eso no salimos a la calle?

Lo primero que sentí cuando leí, casi sin creerlo, que habían marcado las casas de los investigadores, fue miedo. Luego impotencia. Miedo e impotencia. Tal vez sea eso lo que querían generar quienes entraron en aquel laboratorio. Lo mismo que se preocupaba en sembrar en muchos la dictadura cívico militar 40 años atrás.

Pero no, ni miedo ni impotencia podemos tener ante esta situación. No lo han tenido quienes vienen investigando hace años, buscando a los que faltan hace décadas, intentando contracorriente remover el pasado, tampoco podemos tenerlo nosotros.

Lo que pasó es una muestra, tal vez la más patente en los últimos años, de que los hijos de puta están ahí, nerviosos, preocupados por que no encontremos a los que nos faltan.  Es una prueba de que son reales, no son viejos fantasmas que solo habitan en cuentos prohibidos.

Quienes militan por los derechos humanos desde hace años pueden ver ingenuidad en estas líneas. Pero los demás, lamentablemente los más, los que miran siempre para el costado cuando incomoda, los que no marchan en silencio, los que no votan ni quieren pensar si votar o no en un plebiscito, ellos, seguramente están pensando que exagero, que el escándalo lo quiero inventar yo. Tan triste como eso.