jueves, 23 de noviembre de 2023

La Argentina de Milei

Argentina dio un fuerte giro a la derecha este año con la elección de Javier Milei como presidente. ¿Cómo lo podemos entender desde Uruguay? ¿Qué podemos esperar?


Hace ocho años, en 2015, Cristina Fernández de Kirchner dejaba la presidencia de Argentina con una inflación anual algo por debajo del 30%. La gente, cansada de los aumentos de precios, el aumento de la inseguridad y la erosión de la imagen del kirchnerismo fogoneada desde los medios y el sector empresarial, decidió cambiar.

Quién ganó las elecciones, el derechista Mauricio Macri dejó el sillón presidencial cuatro años después, perdiendo la reelección con una inflación anual promedio de más del 40% y un país brutalmente endeudado con el FMI. La gente, cansada del aumento de precios, el aumento de la inseguridad y la corrupción, decidió volver a darle una oportunidad a un peronismo que prometía ser más moderado y dialoguista.

Quién ganó las elecciones, Alberto Fernández deja el sillón presidencial cuatro años después, sin siquiera presentarse a la reelección con una inflación anual promedio de más del 70%. La gente, cansada del aumento de precios, el aumento de la inseguridad, el aumento de la pobreza, el encierro impuesto durante la pandemia y la tibieza de un gobierno sin rumbo decidió volver a darle una oportunidad a la derecha, esta vez aparentemente aún más radical.

El arco político todo se corrió tanto a la derecha que el candidato peronista venía de apoyar a Macri en las elecciones de 2015. Si él era el “progresismo” imaginen lo que es Javier Milei (ahora también apoyado por Macri).

Mientras la gente parece estar pidiendo elección tras elección un cambio más radical que rompa con una vida cotidiana dura, cara y donde crece la pobreza, tanto el peronismo como la derecha ensayaron en los últimos ocho años cambios mínimos y políticas tibias, fuertemente limitados por una falta de apoyo en las calles y una de las oligarquías más brutas que existen en el continente americano. 

El peronismo, motor de las grandes transformaciones en la Argentina de los últimos 100 años parece estar hace un tiempo carente de ideas y liderazgos (llevaron al ministro de economía de un país en ruinas como candidato a la presidencia). Desde la derecha, las ideas son las mismas de siempre: privatizar, ajustar y flexibilizar. 

¿Qué podemos esperar? Nada bueno. Pero afortunadamente Argentina siempre nos sorprende. 

Además de un aumento en la pobreza y la exclusión y una arremetida (mediática primero y si dan los votos, política después) contra los derechos individuales y humanos, todo indica que veremos un crecimiento del conflicto social. El peronismo, sin pasar por una etapa de reflexión o autocrítica, ya está en modo resistencia desde aún antes de entregar el gobierno. En el círculo del nuevo presidente, crece la influencia de Macri.

En este laberinto, el pueblo argentino parece haberse dado por vencido con la clase política y jugará en la calle, día a día, su partido por la subsistencia. En ese caldo de cultivo, no suelen nacer cosas buenas. 


domingo, 12 de junio de 2022

Gobierno premium y gobierno trash

La estrategia de comunicación post pandemia del gobierno.





En marzo de este año, el gobierno de la coalición multicolor cumplió dos años y se acerca a la mitad de su recorrido. Con la pandemia (por ahora) en el retrovisor y la vuelta a la normalidad, la estrategia de comunicación de la Torre Ejecutiva cambió y ya puso su mirada en las elecciones de 2024.


En la comunicación del gobierno, las definiciones del presidente y su partido, el Nacional, parecen marcar la cancha, y poco queda de espacio para integrar a los dos principales partidos que le aportaron votos e integran su gabinete: el Partido Colorado, que nunca pudo recuperarse de la temprana tirada de toalla de Ernesto Talvi, y Cabildo Abierto, cada vez más alejado de las definiciones del presidente. 


En la Torre Ejecutiva se definen dos líneas más o menos claras de comunicación: el gobierno trash y el premium. Dos manos que trabajan al mismo tiempo y bien coordinadas, pero con tareas bien diferentes, mientras una pega y busca llamar la atención permanentemente marcando agenda, la otra acaricia, se llama a silencio en los conflictos y se muestra simpática, hasta afable. 


En el gobierno trash están quienes no tienen más que esperar por un cargo concedido a partir de 2024: la senadora Graciela Bianchi, los ministros Luis Alberto Heber, Javier García y Pablo Mieres, y algunos otros senadores de menor monta como Sebastián Da Silva o Gustavo Penades.


El gobierno trash tiene como objetivo marcar agenda y correr el debate de los temas que más deberían importarnos: la deteriorada situación económica, los campos en donde las promesas ya se sabe que no se cumplirán (no habrá cientos de nuevos liceos, mucho menos cientos de miles de viviendas). Cuando el sol es demasiado grande como para taparlo con un dedo, como en el tema seguridad, entonces el gobierno trash está orientado a crear barro y, con suerte, hacer que la oposición se revuelque en él también.


El gobierno premium en cambio, recorre el país con sonrisas y cortes de cintas innecesarios, da charlas y participa de festivales, intenta mantenerse alejado de todo tipo de polémica y no se hace cargo de absolutamente nada. Son los cuidados, los premium, los que pueden llegar a competir en 2024: Álvaro Delgado, Laura Raffo, Sergio Botana, Martín Lema y hasta hace unos días al menos, también Beatriz Argimón. 


¿Es extraño que Raffo no haya dicho prácticamente nada sobre el proyecto fantasma de isla en las costas de Montevideo y si lo haya hecho Bianchi? ¿Es raro que Delgado ya casi no hable de seguridad o de empleo o de violencia o de pobreza? La estrategia parece clara, guarden sus fichas para las elecciones, que el trabajo sucio lo hace el gobierno trash. 


Aún en estos momentos, desde el gobierno se está evaluando el impacto que tuvo la semana pasada, el exabrupto de la vicepresidenta durante la interpelación al Ministro del Interior, que podría convertirla en parte del gobierno trash y obligarla a abandonar el sector premium. Al parecer su suerte no está echada, y el favor enorme que le hizo el Frente Amplio en senadores con su tibia respuesta, pueda haber terminado de salvarla. ¿Por cuánto tiempo? No lo sabremos. 


Desde el arco opositor, en todos los niveles, desde la dirigencia política, el campo social y la militancia en general, parece aún no haberse entendido del todo esta estrategia que lleva adelante el gobierno en su comunicación y eso, más que nada, es lo que hace que la estrategia funcione.

lunes, 15 de marzo de 2021

La salud y el sistema

Ya pasó un año desde que se confirmaron los primeros casos de COVID-19 en Uruguay, pero este no es un artículo sobre Coronavirus.

El país transitó por la pandemia con mejor o peor suerte mes a mes, sin llegar a confinar obligatoriamente a la población. Sin embargo, aislamiento y distanciamiento fueron dos términos que marcaron nuestra vida en este año eterno.


La pregunta que sigue sonando en el fondo de mi cabeza y que aún no he logrado contestar es si las medidas que tomó el gobierno y las que tomamos cada uno de nosotros en este paradigma de “libertad responsable” apuntaban más a cuidar nuestra salud o a cuidar nuestro Sistema de Salud.


Antes que nada, vale decir que tenemos en Uruguay un Sistema de Salud mucho mejor que el de casi la totalidad de los países de América y porqué no, del mundo. Una razón más para sentirnos orgullosos. Cualquier estudio más o menos serio confirma este enunciado. Sin embargo, no creo que tengamos un gran Sistema de Salud, y este año, eso ha quedado más claro que nunca.


Vuelvo a mi pregunta: ¿hicimos lo que hicimos (y dejamos de hacer lo que dejamos de hacer) para cuidar nuestra salud? ¿O para cuidar a nuestro Sistema de Salud? Las medidas de aislamiento y distanciamiento que adoptamos estaban dirigidas a cuidar a las personas más frágiles ante la nueva enfermedad, pero sobre todo, cuidar a un Sistema de Salud que puede colapsar mucho más fácilmente de lo que imaginamos, si el número de casos (sospechosos y confirmados) se disparaba.


Quienes trabajan en ese Sistema se transformaron en héroes y heroínas (aquí y en gran parte del mundo) y sufrieron de forma directa las repercusiones de cada medida tomada o no tomada por cada gobierno.


En Uruguay, hasta el momento el Sistema de Salud no colapsó (vean las noticias que llegaron y llegan desde España, Italia, Estados Unidos o Brasil). ¿Pero cuánto cuesta evitar eso? ¿Cuidamos la salud de los uruguayos y las uruguayas?


Aquí la cosa se pone oscura: no hay información real sobre el impacto de esas medidas que nos impusieron a veces y nos auto impusimos muchas otras. Tenemos un monitor casi en tiempo real que nos dice cuántas personas se enferman de COVID-19, cuántas se recuperan y cuántas mueren. Sabemos cuántas camas de cuidados intermedios e intensivos hay, también cuántos ventiladores. Cada día actualizamos las cifras de tests realizados y el personal del Sistema de Salud afectado. Ahora también, seguimos en tiempo real las etapas de vacunación. Pero estamos completamente en las sombras cuando de los efectos que tienen el distanciamiento y el aislamiento en las personas se trata.


¿Cómo es posible discutir sobre las medidas a tomar si no sabemos los efectos que estas generan? Voy con algunas consecuencias de estas medidas que son claramente visibles pero sobre las que aún no tenemos datos certeros:   


Diagnósticos médicos que llegan tarde, enfermedades que no se descubren o tratan a tiempo, generando enormes problemas de salud y en casos, muertes evitables.


Afectación en la salud mental de las personas. Afortunadamente cada vez escucho más a los tomadores de decisiones preocupados por la salud mental, pero aún con un tono de salud de segunda clase. La soledad de las personas mayores, las muertes y los duelos en aislamiento, las afectaciones a nivel cognitivo o de sociabilidad en los niños, niñas y adolescentes, los graves problemas relacionados al uso intensivo y desmedido de la tecnología. El suicido, la depresión y la ansiedad. El miedo disparado.


La violencia de género e intrafamiliar exacerbada en un contexto de encierro y aislamiento.


Aumento en la medicación de la población sin controles y regulación, que puede desembocar en accidentes, nuevas adicciones y otros problemas de salud.


El aumento de la pobreza y la exclusión, que llevan a personas que apenas subsistían, de un día al otro a quedarse sin nada. 


La destrucción y el retiro del ocio, el encuentro y sobre todo de la cultura, nunca suficientemente valorados pero ahora totalmente denigrados. 


Podría seguir. Seguro que si leíste hasta acá ya se te ocurrieron algunos otros. Pero creo que el punto ya está abordado. El concepto de salud hegemónico dentro de la medicina occidental está cambiando de forma demasiado lenta. Las medidas que nos impusieron y las que nos impusimos en este año tan triste, más que orientadas a salvar vidas, están orientadas a salvar a un sistema, que vive imperfecto dentro de otro sistema (aún más injusto e imperfecto). 


Ahora, parece que se avecina el tiempo de comenzar a recorrer los escombros que dejó esta guerra. Lamentablemente, creo que vamos a encontrar mucha más destrucción de la que creíamos y el aire triunfalista de un país cuyo Sistema de Salud no colapsó, se deberá esfumar entre corazones rotos, panzas con hambre y mentes dañadas. 


El optimismo lo dejo para los próximos posts.


martes, 19 de mayo de 2020

La marcha que no fue y será

Cuando me enteré que este año no había Marcha del Silencio, me puse triste. Me puse triste y me enojé. Tal vez sin mucho sentido, no pude evitar sentir algo de claudicación. Una decisión apurada, un intento de evitar la aglomeración más tranquila y dolorosamente silenciosa que he visto, mientras los dueños de los centros comerciales planean el regreso de hordas a las tiendas de consumo. No me cerraba. No se si hoy me cierra.

Sin embargo, en los últimos días, cuando en el edificio de enfrente aparecieron absolutos esos carteles con margaritas negras, con la palabra PRESENTE, cuando por debajo de la puerta de mi casa asomó la cara un desaparecido, las cosas se me empezaron a mover en adentro, en las tripas.

Me imaginé que ese vecino que votó a Cabildo Abierto también iba a tener que lidiar al menos por segundo con ese rostro debajo de la puerta, que no iba a poder evitar cuando camine por la calle cruzar algún cartel, afiche, pañuelo que lo interpele. Y mejor aún, esas señales que estamos militando en silencio por la ciudad y en nuestras casa, también se iban a cruzar con personas que nunca fueron a la marcha, que nunca escucharon mucho del tema, que nunca se hicieron esas preguntas básicas que escapan a cualquier cálculo político y que conforman la raíz de la lucha de Familiares. Esas personas, abstraídas, distraídas, ignorantes o simplemente con demasiados problemas a cuestas en estos días,  con un poquito de suerte, podrían hacerse esas preguntas claves que te paran del lado correcto de la calle.

La Marcha del Silencio es un lugar al que voy año a año porque me reconforta. Es un rito (¡y qué importantes son los ritos hoy!) que me une con los que defendemos la dignidad humana, los que queremos conservar la memoria, encontrar la verdad y hacer justicia. Pero ese sentimiento que este año a mí, a todos y todas nos fue negado deja lugar gracias a nuestro propio ingenio, a otra sensación que está buenísima y que hace mucha falta, mucha mucha falta: el sentir que estamos militando. 

Estamos animándonos a interpelar a los vecinos, a los que nos cruzan en la calle, con un cartel, con un pañuelo, con con la foto más absoluta de una persona desaparecida. Estamos enfrentándonos, con el mayor de los respetos, a quienes no están en nuestra vereda, a quienes la dignidad humana no les importa, a los que todavía no les indigna una madre sin hijo, una hija sin padre.

Militemos. Ya probamos dormirnos con píldoras de consumo. No está bueno.  

Memoria. Verdad. Justicia.