Uno.
La situación es esta: en Argentina te matan para robarte un
par de zapatillas. Hay una generación (al menos) totalmente perdida y el
gobierno anterior llenó el país de vagos con planes sociales repartidos por
doquier, mientras se robaba todo. Los chorros y asesinos, que casualmente son
pobres y violentos, usan a los menores de edad para robar y matar, por lo que
una idea sería que se modifique la ley para poder meterlos presos desde
chiquitos.
Pero con Cambiemos, las cosas van a cambiar por fin. Llegó
un tipo que sabe gestionar (miren qué bien lo hizo en Boca Jrs.) y no va a
robar porque (atención) ya es rico y poderoso. El cambio se siente en la calle
(sobre todo en los carteles) y el domingo pasado se sintió fuerte en las urnas.
Los dos párrafos anteriores son un resumen del discurso de
un chofer de remise que me lleva de una punta a la otra de la ciudad de Buenos
Aires, la ciudad que votó, por mayoría abrumadora, a un personaje tan siniestro
como impresentable: Lilita Carrió.
La amabilidad del conductor, su porteña simpatía y mi
cansancio después de un día intenso me ayudaron a no preguntar opiniones acerca
de Santiago Maldonado. Quién sabe qué historia de Walt Disney me podría llegar
a contar.
Dos.
“Cristina y Macri son lo mismo: ladrones, demagogos y al
final sólo políticos al servicio del un sistema que siempre busca el beneficio
de unos pocos sobre la miseria de muchos. No hay diferencias”. Son palabras de amigos
y compañeros uruguayos, gente a la que especialmente respeto y admiro. No sé
cómo empezar a explicarles que no son lo mismo. Me quedo siempre enredado en
maletas llenas de dinero, bóvedas secretas, la grieta, el populismo, los
piquetes y las medidas comerciales antipáticas para Uruguay. Me frustro. No
puedo explicarles que no son lo mismo.
En un apartamento cerca del Abasto, entre vinos y gatos y
proyectos, me encuentro con alguien que compartiendo mi frustración sin saberlo
me reconforta.
Tres.
Me despierto viendo a Macri bailar en la pantalla de la
televisión, al centro de la imagen. Detrás de él las mujeres: Vidal, con su imagen virginal haciendo palmas, Michetti esforzándose por entrar en cuadro y
la esposa del presidente intentando seguir la frenética coreografía del
presidente. Pienso en Mercedes Vigil horrorizada por la apariencia de Mujica y
Topolansky. ¿Qué pensará de un Jefe de Estado haciendo este bailecito pelotudo?
Podés bailar Mauricio, pero no así ni ahí por favor.
Busco en la pantalla al ganador de la noche en la provincia
de Buenos Aires, Esteban Burllich. Es difícil encontrarlo en el escenario, está
al fondo, casi como de adorno, como en el resto de la campaña. Lo veo triste,
no sé porqué me da esa sensación. Tal vez esta triste porque va a ser senador y
no podrá cumplir su sueño de convertirse en gerente de recursos humanos para
las grandes empresas como Ministro de Educación. Fuerte. No son lo mismo me digo y me dispongo a salir a la calle en la
mañana siguiente a las elecciones legislativas.
“Gracias vecinos” rezan los carteles que decoran la ciudad
con la cara angelical de María Eugenia Vidal. No entiendo porqué la gobernadora
de la provincia empapela la ciudad. Supongo que será la próxima candidata a
presidenta de Cambiemos. No son lo mismo
me repito.
Epílogo.
Ella tiene en contra al poder económico, al poder mediático,
al poder judicial y ahora a toda la maquinaria estatal. Él la tiene a ella en
contra. El que no vea la diferencia entre ellos dos, no la va a ver por más que
escriba 10.000 páginas y me quede sin voz de tanto argumentar.
El tiempo dará razones. Posiblemente para ese entonces ya
sea tarde para muchos. No es uno o el otro, pero no son lo mismo. Decir que lo
son, es estar jugando (queriendo o sin querer) para un lado.