lunes, 15 de marzo de 2021

La salud y el sistema

Ya pasó un año desde que se confirmaron los primeros casos de COVID-19 en Uruguay, pero este no es un artículo sobre Coronavirus.

El país transitó por la pandemia con mejor o peor suerte mes a mes, sin llegar a confinar obligatoriamente a la población. Sin embargo, aislamiento y distanciamiento fueron dos términos que marcaron nuestra vida en este año eterno.


La pregunta que sigue sonando en el fondo de mi cabeza y que aún no he logrado contestar es si las medidas que tomó el gobierno y las que tomamos cada uno de nosotros en este paradigma de “libertad responsable” apuntaban más a cuidar nuestra salud o a cuidar nuestro Sistema de Salud.


Antes que nada, vale decir que tenemos en Uruguay un Sistema de Salud mucho mejor que el de casi la totalidad de los países de América y porqué no, del mundo. Una razón más para sentirnos orgullosos. Cualquier estudio más o menos serio confirma este enunciado. Sin embargo, no creo que tengamos un gran Sistema de Salud, y este año, eso ha quedado más claro que nunca.


Vuelvo a mi pregunta: ¿hicimos lo que hicimos (y dejamos de hacer lo que dejamos de hacer) para cuidar nuestra salud? ¿O para cuidar a nuestro Sistema de Salud? Las medidas de aislamiento y distanciamiento que adoptamos estaban dirigidas a cuidar a las personas más frágiles ante la nueva enfermedad, pero sobre todo, cuidar a un Sistema de Salud que puede colapsar mucho más fácilmente de lo que imaginamos, si el número de casos (sospechosos y confirmados) se disparaba.


Quienes trabajan en ese Sistema se transformaron en héroes y heroínas (aquí y en gran parte del mundo) y sufrieron de forma directa las repercusiones de cada medida tomada o no tomada por cada gobierno.


En Uruguay, hasta el momento el Sistema de Salud no colapsó (vean las noticias que llegaron y llegan desde España, Italia, Estados Unidos o Brasil). ¿Pero cuánto cuesta evitar eso? ¿Cuidamos la salud de los uruguayos y las uruguayas?


Aquí la cosa se pone oscura: no hay información real sobre el impacto de esas medidas que nos impusieron a veces y nos auto impusimos muchas otras. Tenemos un monitor casi en tiempo real que nos dice cuántas personas se enferman de COVID-19, cuántas se recuperan y cuántas mueren. Sabemos cuántas camas de cuidados intermedios e intensivos hay, también cuántos ventiladores. Cada día actualizamos las cifras de tests realizados y el personal del Sistema de Salud afectado. Ahora también, seguimos en tiempo real las etapas de vacunación. Pero estamos completamente en las sombras cuando de los efectos que tienen el distanciamiento y el aislamiento en las personas se trata.


¿Cómo es posible discutir sobre las medidas a tomar si no sabemos los efectos que estas generan? Voy con algunas consecuencias de estas medidas que son claramente visibles pero sobre las que aún no tenemos datos certeros:   


Diagnósticos médicos que llegan tarde, enfermedades que no se descubren o tratan a tiempo, generando enormes problemas de salud y en casos, muertes evitables.


Afectación en la salud mental de las personas. Afortunadamente cada vez escucho más a los tomadores de decisiones preocupados por la salud mental, pero aún con un tono de salud de segunda clase. La soledad de las personas mayores, las muertes y los duelos en aislamiento, las afectaciones a nivel cognitivo o de sociabilidad en los niños, niñas y adolescentes, los graves problemas relacionados al uso intensivo y desmedido de la tecnología. El suicido, la depresión y la ansiedad. El miedo disparado.


La violencia de género e intrafamiliar exacerbada en un contexto de encierro y aislamiento.


Aumento en la medicación de la población sin controles y regulación, que puede desembocar en accidentes, nuevas adicciones y otros problemas de salud.


El aumento de la pobreza y la exclusión, que llevan a personas que apenas subsistían, de un día al otro a quedarse sin nada. 


La destrucción y el retiro del ocio, el encuentro y sobre todo de la cultura, nunca suficientemente valorados pero ahora totalmente denigrados. 


Podría seguir. Seguro que si leíste hasta acá ya se te ocurrieron algunos otros. Pero creo que el punto ya está abordado. El concepto de salud hegemónico dentro de la medicina occidental está cambiando de forma demasiado lenta. Las medidas que nos impusieron y las que nos impusimos en este año tan triste, más que orientadas a salvar vidas, están orientadas a salvar a un sistema, que vive imperfecto dentro de otro sistema (aún más injusto e imperfecto). 


Ahora, parece que se avecina el tiempo de comenzar a recorrer los escombros que dejó esta guerra. Lamentablemente, creo que vamos a encontrar mucha más destrucción de la que creíamos y el aire triunfalista de un país cuyo Sistema de Salud no colapsó, se deberá esfumar entre corazones rotos, panzas con hambre y mentes dañadas. 


El optimismo lo dejo para los próximos posts.