Una de las diez mayores economías del mundo con más de 200
millones de habitantes. Uno de los países (sino no es él país) con mayores
riquezas en recursos naturales: una selva, un reservorio de agua, tierra fértil
y venas llenas de petróleo y minerales.
Cuando asumió Lula, en 2003, uno de cada cuatro
brasileños era pobre. La pobreza en Brasil, bajo los gobiernos del Partido de
los Trabajadores (PT), cayó de más de 25% a casi 7%. Esto es: más de 25
millones de personas dejaron la pobreza atrás.
Pero todo el crecimiento económico y el combate a la pobreza
no alcanzaron, nunca alcanzan. No se reformó la Constitución, no se reformó el
Poder Judicial y no se reformó la realidad del poder mediático. Tampoco se
combatió de forma eficaz la corrupción, que aprovechó las inmensas ganancias
del Estado registradas en los últimos años. Vale aclarar que se trata de una corrupción
sin partido político, o mejor dicho, con todos los partidos políticos,
especialmente los que hoy claman para destituir a la presidenta, Dilma Rousseff,
ella sí, al menos hasta ahora, libre de toda sospecha de corrupción.
No es nuevo esto. Ya pasó en 2009 en Honduras, ya pasó en 2012 en Paraguay. Se intentó en Ecuador, en Bolivia y en Venezuela. América
Latina ha hecho historia en estos últimos 15 años con golpes e intentos de
golpes “blandos”. ¿Pensamos que sacar a más de 50 millones de personas de la
pobreza no le iba a molestar a nadie? Ahora, lo que sucede, es que el golpe se
le da al mayor país de la región.
Ya no son tanques en la calle ni militares en el poder. Por
ahora ya no son necesarios, o mejor dicho, efectivos. Ahora son llamadas de
algunos poderosos empresarios a diputados corruptos, es un operativo mediático
que lleve gente descontenta a la calle, son unos jueces comprados que sigan el juego
y ya está casi todo pronto. La infamia de juicio político ya está casi en
movimiento.
Tomar nota: Meterse con algunos intereses de las clases
dominantes puede ser complicado, no hacerlo puede resultar fatal, para la
democracia y para los gobiernos que buscan combatir la pobreza y sobre todo la
desigualdad.
Claro que los partidos políticos que defienden los intereses
de las clases dominantes, los siempre borrosos intereses empresariales y
transnacionales, los medios casi monopólicos que pertenecen a esos intereses,
los jueces cómplices, pueden hacer mucho ruido. Pueden hablar de grietas en la
sociedad con la liviandad de alguien que nunca vivió o tuvo que ver con la
crisis de 2002, pueden tildar de radical (y ojo con tener ideas radicales en
un mundo que aplaude la moderación inmovilizadora) cualquier intento por
reformar una constitución, aprobar una ley de medios o revisar el
funcionamiento del Poder Judicial. Pueden voltear un gobierno, sin que casi te
enteres.
En Brasil lo que sucede es claro. Hay un golpe de Estado en
marcha. En una década en el gobierno, el PT no ha logrado (ni siquiera
intentado) modificar la constitución, crear un marco normativo más justo en
materia de medios, reformar o revisar el Poder Judicial o atacar a la
corrupción en el ámbito público y en el privado. Sin eso, todas las victorias
en el terreno de los derechos penden de un hilo.
Nosotros, aquí, en Uruguay, vemos lo que pasa casi como si estuviéramos
viendo una más de las telenovelas de Globo. Lamentablemente, no estamos
pensando en que lo que pasó allá, con otros colores y otros actores, puede pasar
aquí mañana. Actuar en consecuencia, a esta altura, parece un sueño
inalcanzable.