Hace un tiempo que vengo medio obsesionado con un
pensamiento: alguien tiene casa nueva, se muda, se hace una casita afuera, se
compra con esfuerzo y años de cuota un apartamento y decide, dada la situación,
poner una reja en la ventana. Hasta ahí todo parece razonable. La sensación de
inseguridad nos lleva a poner una reja entre el exterior y lo mío para evitar
disgustos. Ahora, la pregunta que no me respondo: ¿tiene vuelta atrás esa
decisión?
No me imagino a alguien pensando que la situación es lo
suficientemente segura nuevamente, por lo que es mejor retirar la reja antes
instalada y volver a ver la calle sin rayas de hierro. Le doy vueltas al
asunto. ¿Qué tendría que pasar para que alguien tomara esa decisión? ¿Cuánto
deberían bajar los índices de criminalidad? ¿Cuánto debería disminuir el
espacio de la crónica roja en los medios de comunicación? ¿Cuántos policías
debería haber en las calles para sentirnos más seguros? ¿Cuántos vecinos
deberían retirar sus rejas para que vos también te animes a hacerlo?
Solo preguntas. Y esa sensación de que una vez que se pone
una reja, difícil que algún día se saque.
Todo este asunto, que puede parecer algo liviano (¿no tenés
algo más importante que pensar?), tiene sus derivaciones. A mí me puso a buscar
a mi alrededor los miedos que acechan a la gente que me rodea.
Miedo a perder el trabajo. Miedo a dejar el trabajo. Miedo a
cambiar de trabajo. Miedo a pasar inadvertido o a llamar mucho la atención. Miedo
a amar y miedo a no ser amado. Miedo a quedarse solo. Miedo a estar solo. Miedo
al compromiso. Miedo al ladrón y miedo al milico. Miedo al hombre. Miedo a la
mujer. Miedo a lo diferente. Miedo a que seamos todos igualitos. Miedo a pasar
vergüenza. Miedo a ser pobre. Miedo a quedar en la calle. Miedo a no tener
plata para comprar cosas para darles a los que quiero más. Miedo a no tener
plata para comprar cosas para darme a mí. Miedo a tener un hijo. Miedo a no
poder tener uno. Miedo a perderlo. Miedo a la calle. Miedo a la noche. Miedo a
la oscuridad. Miedo a subirse al gusano loco. Miedo al mar. Miedo a quedarse
electrocutado. Miedo a algún insecto o animal. Miedo al cáncer. Miedo a quedar
loco. Miedo al Alzheimer. Miedo a envejecer. Miedo a envejecer mal y hacerme en
los pantalones y que alguien me tenga que cuidar. Miedo a la muerte.
Pila de miedos. Y solo algunos. Hay muchísimos más. El miedo
sobra. No nos gusta mucho reconocerlo al miedo, pero sobra. Ahora, en mi para
nada humilde opinión, la gran mayoría de los miedos son entendibles y al mismo
tiempo infundados. O porque nada podemos hacer para evitar a lo que le tenemos
miedo o porque le tenemos miedo a algo que solo existe en nuestra cabecita.
Vivir sin miedos. Suena lindo. Un poco tiro al aire, un poco
sui generis, pero suena lindo. Es imposible creo. Si no tenés miedo, no estás
vivo. El tema es: ¿no será que tenemos mucho miedo? No, no estoy intentando
sacarles trabajo a los psicólogos. Pero me da la sensación de que nos estamos
contagiando mucho el miedo los unos a los otros, estamos tomando demasiadas precauciones y, peor aun, estamos haciendo que los demás también lo hagan.
El miedo vende, de eso estamos seguros. ¿Y cuándo fue el
último día que no te intentaron vender algo en esta vida? Pero de una
manera u otra hay que ver cómo rompemos ese circuito. Cada uno a su manera,
obvio.
Esto lo escribo, debo confesar, porque en los últimos tres
años se me colaron algunos bebés en la vida y, aunque suene contradictorio, me
da miedo que crezcan con miedo. Me da
miedo que no sepan lo que es caminar por las calles, por lo público, por el
mundo de todos. Me da miedo que chupen complejos, que copien miedos, que
aprendan mucho más lo seguro de estar encerrados a lo hermoso que es ser
libres. Porque son pequeñas esponjas. De eso no hay duda. Y tenemos que tener
mucho más cuidado con lo que les ponemos alrededor. Que vivir con miedo apesta,
eso lo sabemos. Y quién te dice, tal vez evitando que ellos tengan miedo nosotros nos sacudimos los miedos propios.
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