Qué buen año este año. Lo digo al recorrer las redes
sociales amigas. Este año lloramos porque las mamparas de los taxis son un
peligro, porque las baldosas rotas de la Ciudad Vieja se cambiaron por un piso
gris, porque los estudiantes no prestan atención y miran todo el día su
celular, porque subió una vez más el boleto, porque penal para Nacional, porque
no hay salvavidas en Rocha y porque los chilenos se robaron una Copa América.
Lloramos por todo eso y por mucho más. Lloramos por unos
perros en la Colonia Etchepare, que resultó que estaba en San José y no en
Montevideo como algunos creían. Lloramos por “lo caro que está todo” y por lo
ineficiente que es todo. La verdad es que lloramos bastante este 2015. No sé si
más o menos de lo que lloramos otros años, pero nos pegamos unos buenos llantos
en tweets, estados de Facebook, comentarios de noticias en portales y cadenas
de Whatsapp.
Uno supondría que después de tanta catarsis, y de unas
merecidas vacaciones en la costa, vamos a volver un poco más relajados, optimistas
y proactivos. Pero lo cierto es que año a año, y especialmente en este 2015, la
mala onda nos va ganando la pulseada. Está bien, no somos la alegría brasilera
ni somos cancheros como los
argentinos, pero creo que nos estamos pasando de amargos.
¿Qué es lo que nos está poniendo así? ¿Qué nos está robando
el optimismo que habíamos cultivado en los últimos años? ¿Dónde está nuestra calma
alegría que tanto nos acompañó una vez que dejamos atrás la crisis?
Tengo varias teorías. Una depresión post dos mundiales
intensos (el del 2010 y el del año pasado). Una especie de resaca después de un
año electoral con candidatos que no convencen ni emocionan. Un bombo de los
medios de siempre que lloran crisis y conflictos todo el día todos los días. La
impresión de que las cuentas de las tarjetas de crédito son cada vez más
difíciles de remar. El cambio horario que no fue y nos amarga un tanto el
verano. Y mi teoría preferida: una mezcla de todas las anteriores sumada a
nuestra tendencia al negativismo como nación.
Más allá de todo eso, mi deseo para el 2016 (y ahora me
siento una Miss Universo en pleno discurso) es que dejemos de meternos el palo
en la rueda a nosotros mismos, al menos un poco.
Si pudiéramos evaluar nuestra calidad como
ciudadanos/consumidores/usuarios, estaríamos entre los últimos del ranking.
Porque para mirarnos el ombligo con autocrítica somos bastante malos. El
gobierno, la educación, la oposición, la clase política, los medios oligarcas,
los sindicatos, los corporativismos, los empresarios, los villanos de turno, los
dirigentes de la FIFA, los otros, siempre los otros, nunca somos nosotros.
En tiempos dónde la gestión y la eficiencia parecen ser
claves para el desarrollo (sea lo que sea que quiera decir desarrollo), nosotros, los dueños de la queja, la estamos
gestionando para el culo y por lo tanto, la queja está siendo sobre todo,
ineficiente.
Si los partidos políticos de siempre ya no nos representan,
tendríamos que empezar a pensar en unos nuevos. Si los empresarios mafiosos nos
molestan, tendríamos que hacerles entender que viven de nuestro boleto. Si el
precio de las cosas está por las nubes, tendríamos que molestarnos en entender
cómo se forman esos precios y a quién hay que ir a golpearle la puerta para que
se deje de hacer el vivo. Si el fútbol es un negocio, tenemos que dejar de ser
consumidores y empezar a ser más hinchas. Si los trabajadores organizados se
hacen los vivos, nosotros, que somos sus pares, deberíamos señalárselo. Si los
medios no dejan de venderte las mismas mentiras habrá que cambiar de canal o
apagar la tele. Es tanto lo que hay para hacer.
Hay que juntarse más. Organizarse mejor. Elegir las peleas.
Buscar los equilibrios. Hacernos cargo de lo que nos toca: somos los
ciudadanos/consumidores/usuarios. No somos un objeto. Somos mucho más que una
masa gris que se queja en las esquinas virtuales y en las reales. Para los
poderosos, nada más peligroso que una sociedad organizada, con buena autoestima
y dueña de la calle.
ok
ResponderEliminarSi el precio de las cosas está por las nubes, tendríamos que molestarnos en entender cómo se forman esos precios y a quién hay que ir a golpearle la puerta para que se deje de hacer el vivo. Si el fútbol es un negocio, tenemos que dejar de ser consumidores y empezar a ser más hinchas. Si los trabajadores organizados se hacen los vivos, nosotros, que somos sus pares, deberíamos señalárselo. Si los medios no dejan de venderte las mismas mentiras habrá que cambiar de canal o apagar la tele. Es tanto lo que hay para hacer.
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