domingo, 17 de enero de 2016

Porno



Le puse stop al video justo cuando en una misma habitación se habían juntado una travesti, un animal y el camarógrafo. Definitivamente lo que estaba por ver no me iba a gustar nada. Cerré el video, fui a la información del grupo, vi quiénes eran los participantes y me salí para no volver más.

No era el primer grupo de Whatsapp por el que había pasado en el que se compartían casi a diario contenidos que alguien podría llamar porno. Una sucesión de videos de culos, dedos, eyaculaciones, caras, personas evidentemente drogadas, videos caseros o con más producción, mujeres haciendo petes, mujeres teniendo sexo por adelante y por atrás, mujeres teniendo sexo entre ellas. Mujeres que cumplían con todos los cánones de belleza actual y mujeres que estaban muy pasadas de peso. Con y sin todos los dientes. Un asco que, sin embargo, alguien encuentra gracioso, entretenido y muchas veces hasta estimulante.

Seguramente, las personas que arman esos grupos de Whatsapp y osan incluirme no me conocen ni un poco, claro. Ni me dan gracia, ni me excitan. Asco. Comenté el fenómeno con una amiga y me dijo que no tenía idea de lo que estaba hablando. Lo comenté con otra y me dijo que sí, que su ex tenía un grupo con sus compañeros de cuadro en la liga universitaria y que siempre tenía videos de mierda, que nunca le dejaba verlos y se preocupaba de borrar a menudo. Lo comenté con mis amigos. Parece que no es tan raro. 

Compañeros de trabajo con la panza inflada justo arriba del cinturón, atléticos miembros de un mismo equipo de fútbol, repartidores de esos que pasan todo el día en un camión por las calles, adolescentes de algún colegio bien. Padres, novios, hermanos, hijos. Todos en un mismo grupo de Whatsapp, como haciéndose una paja (mental y de las otras) juntos, mirando el mismo video, riendo juntos, festejando como le rompen el culo a esta, como la traga la otra, como la dejan a aquella. Ríen, se miden a ver quién la tiene más grande. 

Les da vergüenza, por eso sólo lo hacen en determinados grupos de Whatsapp. Normalmente solo uno o dos de los participantes se encarga de proveer los videos. Los más pajeros y tal vez los más peligrosos. Se toman el trabajo de rastrear el video en internet, descargarlo y volverlo a cargar en su celular para compartirlo. Algo no está bien en esas cabecitas. Falta de sexo, falta de placer sexual, tendencias homoeróticas reprimidas; un psicólogo se podría hacer una fiesta (no por eso hay que dejar de consultarlo).

Después están los otros, los que reciben los videos, algunos comentan, otros arriesgan un tímido jaja y otros miran nada más en silencio, de tanto en tanto. Están los menos, que se avergüenzan tanto de pertenecer al grupo, pero la vergüenza de abandonarlo y darles la espalda a los otros pajeros es tan grande que se quedan y ni siquiera descargan el video. Estamos hablando de abogados, ingenieros, obreros, estudiantes, vagos. 

Estamos hablando de hombres que pueden indignarse si le mirás a la novia o les tocás el culo, pero que encuentran cierto placer en compartir un video de un baño de Santa Teresa o de una mujer drogada cabalgando arriba de un dildo.

No tenemos que esperar  a que maten a otra mujer para preocuparnos por el machismo, ni esperar a que aparezca otra chica trans en alguna cuneta para hablar de cuánto nos cuesta asimilar lo diferente.

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