domingo, 6 de octubre de 2013

Falsos patriotas, falsos patoteros

Hay muchísimo dicho sobre el conflicto de intereses que rodea a la decisión del gobierno uruguayo de conceder la autorización para que UPM aumente su producción anual. Muchas páginas de diarios y páginas de Internet, muchos minutos de TV y de radio. Desde los periodistas más encumbrados a los políticos de primer nivel pasando por todo el bajo mundo de las opiniones y más.

Hasta satura un poco el tema. Posiblemente, cuando se acerquen los dos partidos que definen la clasificación de Uruguay al próximo mundial de fútbol, la atención y tensión mediática sobre el tema UPM disminuya, aunque no faltará algún vivo que haga referencia al tema cuando las selecciones de Uruguay y Argentina se enfrentan el próximo martes 15 (aplausos para el vivo por favor, que nos iluminará con su rotunda originalidad). Pero el tema está ahí. Está pasando. Y me vale algunas reflexiones.




El Origen. Volver a hablar de las actuaciones a un lado y otro del río Uruguay durante los años que duró el conflicto que no supimos resolver entre nosotros no arroja demasiados resultados. Sí sabemos que como países, no nos hizo bien. Una vez resuelto el conflicto, en ambos lados del río pareció faltar autocrítica. ¿Valió la pena?¿Estuvo bueno?¿Estamos orgullosos de lo que hicimos y de lo que no hicimos? Preguntas que formarían parte de una autocrítica ausente. Disculpen mi insistencia en la autocrítica, pero creo que podría ser una pieza clave para no repetir los mismos errores del pasado. Una pieza que todavía está faltando.

UPM. Una empresa de capitales trasnacionales que controla cientos de miles de hectáreas en Uruguay pero que tiene negocios en gran parte del mundo (incluida Argentina). Dicha empresa solicita un permiso para aumentar su producción y éste permiso se le concede. ¿Por qué? La amenaza de enviar al seguro de paro a algunos cientos de trabajadores con la certeza de que los mismos serán reintegrados a su trabajo en el próximo año.

Al otro lado del río. Ante esta decisión unilateral del Uruguay, el gobierno local y nacional de Argentina pone el grito en el cielo. Vuelven a aparecer los tristemente célebres asambleístas de Gualeguaychú y la causa se convierte una vez más en un tema país. Allá, las elecciones se avecinan y pretender que este tema no se mezcle con asuntos políticos es al menos, infantil. En Argentina, en Uruguay y en cualquier rincón del mundo.

Ruido. Y como todo conflicto mal resuelto, empieza a haber ruido. Tenemos que escuchar al gerente general de UPM decir que  “si esto fuera en Finlandia, no sería una noticia tan importante”. Para empezar, esto no es Finlandia, y para seguir, parece que este señor viviera en Finlandia y no acá, dónde la instalación de la planta que él maneja trajo aparejado un conflicto que dañó al país todo. También tenemos que escuchar a periodistas encumbrados argentinos, como Jorge Lanata o Horacio Verbitsky hacer juicios de valor sobre Uruguay, su gobierno y su relación con empresas extranjeras tan inexactos como tendenciosos. Unos atacando al gobierno argentino como les gusta hacerlo, y otros defendiéndolo como también les gusta hacerlo. Otra vez, la autocrítica brilla por su ausencia.

Nosotros, los otros. Y en el medio los pueblos. El argentino y el uruguayo. Entre falsos patoteros y falsos patriotas. Hablar de lo que dice la gente de a pie al otro lado del río, me es casi imposible. Hace mucho que sé que lo que dicen los medios de Buenos Aires dista mucho de reflejar el sentir de los argentinos.

En cambio, si puedo hablar un poco más sobre lo que decimos nosotros, los uruguayos. Y no creo que estemos siendo muy inteligentes.

Escuché que en Argentina hay fábricas que contaminan mucho más, como si esto fuera una excusa válida para algo. Escuché a un montón de gente, en su mayoría resentida con el gobierno de Cristina Fernández, despotricar contra el kirchnerismo como les gusta siempre hacerlo. Algo que no aporta nada. Escuché también, aunque me cueste creerlo, que la planta de UPM no contamina y que el aumento de su producción no va a contaminar más. Y no es que yo sea especialista en la materia, pero una planta como la de UPM tiene que impactar en el medio que la rodea, y mientras más produce, más impacta. Porque uno más uno son dos, aunque no nos guste.

El permiso para que UPM aumente su producción anual trae aparejadas varias cosas. Lo sabía el presidente cuando se lo dio, lo sabíamos nosotros y lo sabía también el gobierno argentino. Cada cual deberá hacerse cargo. Pero una vez más, como un maldito deja vu, parece que nada de esto nos va a hacer bien y la autocrítica, seguirá faltando.

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