miércoles, 14 de enero de 2015

París le teme a París

Todas las muertes son condenables. La exclusión genera violencia. Esas son las dos ideas claras que vienen a mi cabeza después del tsunami informativo que partió desde una redacción de una revista francesa bañada en sangre y se esparció con velocidad por todo el globo.


Franceses matando franceses. Terrible. Pero para mí, como dije en el arranque, todas las muertes son condenables. Las de franceses que matan franceses, las de sirios que matan sirios, las de mexicanos que matan mexicanos.

Todos los asesinatos son intentos de acabar con la libertad de expresión. Todos. El del hombre que mata a su mujer en Las Piedras, el de los narcos y el Estado matando jóvenes en México, el de soldados franceses matando iraquíes, el asesinato de niños o reporteros en la franja de Gaza a manos del Estado de Israel, el asesinato de adolescentes noruegos a manos de un joven de la misma nacionalidad. Todos son intentos de acallar al otro. Devastadores intentos. Intentos construidos desde la intolerancia y, sobre todo, desde la exclusión y la violencia.

Creo que mientras no entendamos esto, de nada sirve horrorizarse ante una masacre como la parisina o como tantas otras que no nos muestran. Echarle la culpa a una religión, a la locura o a la “radicalidad” parece entonces demasiado simplista. Generamos exclusión y después no sabemos de dónde vienen las balas. Nuestras sociedades, en Occidente principalmente, generan exclusión y violencia. Excluimos a los árabes en Europa, pero también excluimos a los pobres aquí en América Latina, excluimos a los diferentes en una secundaria estadounidense o escandinava, y esa exclusión genera brotes terribles de violencia. Tenemos que hacernos cargo.

No basta con decir que el mundo árabe es un marido golpeador a quien se lo enfrenta o se evita molestarlo para que nos pegue. Hay que arrancar reconociendo siglos de humillaciones, violaciones, saqueos y violencia pura y dura, de Occidente sobre Medio Oriente, de los autodenominados ilustrados franceses, la elite del colonialismo salvaje (preguntar por Argelia, Mali o Iraq). No es un marido violento, es un monstruo violento, generado en gran parte por los mismos que ahora le temen y le apuntan con el dedo.

No basta tampoco con reducir el asunto a un problema de libertad de expresión. No se trata de una región o religión autoritaria que quiere imponer silencio en el libre mundo occidental. La misma Francia ha atacado a la libertad de expresión a palazos, lo hace Israel cuando bombardea Gaza, lo hace China en el Tibet, lo hace Estados Unidos y sus amigos. Si no pregúntenle a Julian Assange que sigue encerrado en la Embajada de Ecuador en Londres.

Hay que hacerse cargo. Sobre todo aquellos que viven en Estados fuertemente intervencionistas deben hacerse cargo. Pero nosotros desde el pequeño Uruguay también. ¿Por qué salen cuatro millones de franceses a condenar el asesinato de 12 compatriotas y no salen a condenar el asesinato de cientos de niños en Gaza? Las sociedades parecen avalar la violencia ejercida por los ejércitos de sus países fuera de frontera, y además, puertas adentro, se ejerce día a día la discriminación.

Los medios también tienen su cuota, como siempre, porque son reflejo, pero además (y sobre todo) son formadores de opinión. La libertad de expresión debe ser cuidada como el más importante tesoro. Muchas veces (por ejemplo, cuando Charlie Hebdo publica una caricatura de un egipcio siendo asesinado a tiros) los medios generan exclusión, discriminación y en consecuencia, violencia. Aquí lo sabemos muy bien. Todos vimos el tratamiento que se le dio, por poner un ejemplo fresco, al “caso Lola”, y cómo algunos medios se revolcaron en la violencia, la sangre y el dolor ajenos. Yo no creo que lo hagan en honor o defensa de la libertad de expresión. A veces creo que la libertad de expresión les importa un huevo.

Hay quienes dicen que la mayor cantidad de extremistas árabes, de esos que aterran a Europa hoy, están siendo generados en la misma Europa. No es fácil entenderlo, pero vale la pena el intento. Entender por qué a una persona se le pasa por la cabeza que con un arma y muchas balas, terminando con otras vidas, puede solucionar algo, es, desde mi humilde punto de vista, el primer paso certero hacia un mundo menos violento. Nunca justificarlo. Solamente entender qué lo lleva a realizar tal atrocidad. Mientras tanto, la violencia sigue generando violencia y en Europa siguen asomando los partidos de ultraderecha que, lamentablemente, me temo, darán qué hablar.

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