Todas las muertes son condenables.
La exclusión genera violencia. Esas son las dos ideas claras
que vienen a mi cabeza después del tsunami informativo que partió
desde una redacción de una revista francesa bañada en sangre y se
esparció con velocidad por todo el globo.
Franceses matando franceses. Terrible.
Pero para mí, como dije en el arranque, todas las muertes son
condenables. Las de franceses que matan franceses, las de sirios que
matan sirios, las de mexicanos que matan mexicanos.
Todos los asesinatos son intentos de
acabar con la libertad de expresión. Todos. El del hombre que mata a
su mujer en Las Piedras, el de los narcos y el Estado matando jóvenes
en México, el de soldados franceses matando iraquíes, el asesinato
de niños o reporteros en la franja de Gaza a manos del Estado de
Israel, el asesinato de adolescentes noruegos a manos de un joven de
la misma nacionalidad. Todos son intentos de acallar al otro.
Devastadores intentos. Intentos construidos desde la intolerancia y, sobre todo, desde la exclusión y la violencia.
Creo que mientras no entendamos esto,
de nada sirve horrorizarse ante una masacre como la parisina o como
tantas otras que no nos muestran. Echarle la culpa a una religión, a
la locura o a la “radicalidad” parece entonces demasiado
simplista. Generamos exclusión y después no sabemos de dónde
vienen las balas. Nuestras sociedades, en Occidente principalmente,
generan exclusión y violencia. Excluimos a los árabes en Europa,
pero también excluimos a los pobres aquí en América Latina,
excluimos a los diferentes en una secundaria estadounidense o
escandinava, y esa exclusión genera brotes terribles de violencia.
Tenemos que hacernos cargo.
No basta con decir que el mundo árabe es un marido golpeador a quien se lo enfrenta o se evita molestarlo
para que nos pegue. Hay que arrancar reconociendo siglos de
humillaciones, violaciones, saqueos y violencia pura y dura, de Occidente sobre Medio Oriente, de los autodenominados ilustrados
franceses, la elite del colonialismo salvaje (preguntar por Argelia,
Mali o Iraq). No es un marido violento, es un monstruo violento,
generado en gran parte por los mismos que ahora le temen y le apuntan
con el dedo.
No basta tampoco con reducir el asunto
a un problema de libertad de expresión. No se trata de una región o
religión autoritaria que quiere imponer silencio en el libre mundo
occidental. La misma Francia ha atacado a la libertad de expresión a palazos, lo hace Israel cuando bombardea Gaza, lo hace China en el
Tibet, lo hace Estados Unidos y sus amigos. Si no pregúntenle a
Julian Assange que sigue encerrado en la Embajada de Ecuador en
Londres.
Hay que hacerse cargo. Sobre todo
aquellos que viven en Estados fuertemente intervencionistas deben
hacerse cargo. Pero nosotros desde el pequeño Uruguay también. ¿Por
qué salen cuatro millones de franceses a condenar el asesinato de 12
compatriotas y no salen a condenar el asesinato de cientos de niños
en Gaza? Las sociedades parecen avalar la violencia ejercida por los
ejércitos de sus países fuera de frontera, y además, puertas
adentro, se ejerce día a día la discriminación.
Los medios también tienen su cuota,
como siempre, porque son reflejo, pero además (y sobre todo) son
formadores de opinión. La libertad de expresión debe ser cuidada
como el más importante tesoro. Muchas veces (por ejemplo, cuando Charlie Hebdo publica una caricatura de un egipcio siendo asesinado a tiros) los medios generan exclusión, discriminación y en
consecuencia, violencia. Aquí lo sabemos muy bien. Todos vimos el
tratamiento que se le dio, por poner un ejemplo fresco, al “caso
Lola”, y cómo algunos medios se revolcaron en la violencia, la
sangre y el dolor ajenos. Yo no creo que lo hagan en honor o defensa
de la libertad de expresión. A veces creo que la libertad de
expresión les importa un huevo.
Hay quienes dicen que la mayor cantidad
de extremistas árabes, de esos que aterran a Europa hoy, están siendo generados en la misma Europa. No es fácil entenderlo, pero
vale la pena el intento. Entender por qué a una persona se le pasa
por la cabeza que con un arma y muchas balas, terminando con otras
vidas, puede solucionar algo, es, desde mi humilde punto de vista, el
primer paso certero hacia un mundo menos violento. Nunca
justificarlo. Solamente entender qué lo lleva a realizar tal
atrocidad. Mientras tanto, la violencia sigue generando violencia y
en Europa siguen asomando los partidos de ultraderecha que, lamentablemente, me temo, darán qué hablar.
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